15 de febrero de 2007

Carta número 3


No puedo odiarte, lo sabes. Pero has revuelto mi vida y la has seccionado en dos partes perfectamente visibles. Así que todo lo que vive en mí por tí, y lo que existió, también lo has separado por esa línea indeleble, trazada con un pulso firme.

A tí te debo el saber hasta qué punto puedo ceder en mis aspiraciones y hasta que punto debo negarme a dejar que mis aspiraciones no sean tomadas en cuenta.

A tí te debo el saber hasta qué punto puedo dejar que me maltraten y hasta que punto debo evitar ser maltratada.

A tí te debo el saber qué cantidad de terquera habita en mí.

A tí te debo el saber qué cantidad de ternura y amor guardo.

A tí te debo el saber qué cantidad de espíritu de martir tengo escondida en mis fibras.

A tí te debo el saber cuál es el límite de mi autocompasión y el inicio de su erradicación.

A tí te debo el saber hasta qué punto llega mi capacidad de entrega y compromiso en una relación.

A tí te debo el saber qué hacer y cómo no actuar con un hombre al que creo que podría amar o al que simplemente aprecio.

A tí te debo el saber todo lo bueno que me compone.

A tí te debo el saber que todo lo que yo quiera lo puedo lograr.

A tí te debo el haber descubierto una parte de mí que no conocía y que es expansiva y obstinada.

Por eso no te puedo odiar, porque te debo muchas cosas maravillosas.

Pero sí te puedo decir que todo eso te lo debo porque todo lo descubrí a través de la crisis más intensa que he tenido a nivel profesional, afectivo, familiar, lingüístico, personal y financiero en el año y tres meses más intensos de mi vida. Y todo es resultado de la falta de atención que prestaste a mis problemas, a mis logros y a mis batallas cotidianas. A la falta de comprensión ante mis pequeñas (o grandes) tristezas o frustraciones. A la falta de generosidad que te caracterizó y que impidió que entendieras que una relación de pareja se hace entre dos y de a poquitos cada día.

A través de este año y 2 meses que me separan del triste adiós que me permitió sentir que podría volar otra vez, y que te reveló dura y fríamente todos los errores que habías cometido en nuestra relación, justo cuando estoy alcanzando horizontes que nunca pensé alcanzar, justo ahora que comienzo a sentir que florezco otra vez, algo en mí se remueve.

Es que me toca volver a tu tierra.

Me toca terminar el ciclo de lo que se relaciona con nuestros adiós, el emocional, el físico y el legal.

Me toca ver a tus padres llenos de recriminaciones y odios hacia mí por tu muerte injusta y mi inicua actitud, según ellos.

Me toca volver a enfrentarme a todo lo que una vez significó una enorme tierra de cosas lindas y luego se convirtió en una jaula gris de ausencia y melancolía que pintaba de reveses cada ladrillo y cada baldosa que yo posara o tocara.

Me has dejado a merced de mis recuerdos en tu tierra para resolver un asunto que no nos compete más sino que me pertenece a mí.

Sé que sin todo lo que me forzaste a vivir entonces, no hubiera podido asumir todo lo que me toca vivir ahora.

Sé que este ciclo, que yo intuyo grande, será más grande de lo que me imagino.

Sé que no te odio pero tampoco resultas una presencia neutra en mi vida.

Me he arrancado palabras que me recuerdan eventos, canciones que me recuerdan sitios, gestos que me recuerdan personas, comentarios que me recuerdan emociones.

He hurgado en mí y, poco a poco, he hecho absolutamente todo lo que me dije allá, en tu tierra, que "algún día" podría hacer.

He aprendido a vivir con la presencia constante de cositas que me recuerdan algo de tí, de nosotros, de tus gestos y palabras y de mis ires y venires por aquel país tan plano.

He aprendido a no dejar entrar en mi vida a quien no me interesa que entre.

He aprendido a entender y perdonar. Me falta mucho pero sé la capacidad vive en mí.

He aprendido a abrazar y apreciar muchas pequeñas cosas de la cotidianidad.

Así que hoy no te escribo para agradecerte, sino para decirte que las gracias que te debo van acompañadas de un poco de dolor y molestia porque fuiste tan bueno como malo, tan sincero como mentiroso, tan interesado como dado y tan divino como humano.

Me debo un perdón eterno para tí y para mí y una seria revisión de mis intereses y valores porque hasta me has arrancado palabras de la lengua y risas de la cotidianidad.

Me enfrento a esta amarga vuelta del camino desde meses antes de llegado el momento. como entonces, ya mis emociones se revuelven. Como entonces, mi obstinación se exacerba y mi calma disminuye. Me toca, nuevamente, respirar profundo, mirar dentro de mí y entender que si observo desde afuera el problema, seguramente me llegarán todas las respuestas.

Mientras? sigo pensando que te debo y me debo un perdón eterno por errores que cometimos...

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