27 de julio de 2007

Te necesito

“¿Cómo quieres que te olvide si tu nombre está en el aire
y sopla entre mis recuerdos?
Sí ya sé que no eres libre.
Sí ya sé que yo no debo retenerte en mi memoria.
Así es como yo contemplo.
Mi tormenta de tormento, así es como yo te quiero
Te necesito como a la luz del sol,
en este invierno frío pa' darme tu calor,
Te necesito como a la luz del sol,
tus ojos el abismo donde muere mi razón”

Fragmento de la canción Te necesito. Amaral y Beto Cuevas (La Ley)

Estamos en invierno. En pleno invierno, por si acaso no te has dado cuenta. Y desde que te fuiste, para mí es una noche infinita que no aclara.

Sé que mi juventud no me permite entender lo que siento. Me cuesta explicártelo. Me cuesta explicármelo a mí misma. Sólo sé que si tu estuvieras aquí, las cosas serían mejores para mí. Serías como es para todos el sol en el invierno: la promesa de una esperanza, la certeza de un después... Para mí, ya te lo dije, el sol en este invierno no sale.

No te tengo. No estás. No eres. ¡Y a la vez eres tanto! Eres como el aire: no te dejas ver pero te haces sentir, no te puedo abrazar pero me rodeas. Oigo palabras en gentes, oigo músicas en las voces y de repente sale una que me recuerda tanto a tí.

Extraño tu voz sonreida, tu cara de calma y ternura. Tus ojos verde-miel entornados que me miraban desde el otro lado de la mesa y hacían que mi corazón se paralizara y mis sueños volaran. Extraño tus manos que apenas detallé...

Te entiendo, no puedes ser mío porque no eres ni tuyo. Me duele verte y sé que debo desterrarte de mi recuerdo, quemarte en la hoguera del olvido. Quizás por eso escribo ésto hoy, para arrancarte del todo de mi ser porque tras eliminar todas las fotos que me dieras de tí ya no tengo más nada que eliminar de tu presencia. Tengo que eliminar tu esencia en mi memoria...

Empiezo por escribirte esta carta. No quiero tener que erradicar todo lo que posiblemente me devuelva un destello de tu atormentante recuerdo. Vas y vuelves. Ibas y volvías. Un día eras todo mío y al otro te llenabas de dudas sobre cómo vivir lo nuestro. Y así, como el tormento que eras para mí, por las tormentas que se desataban en tí, así te amé. Así es como te amo...

Te necesito como a la luz del sol. En este invierno frío. Necesito ese calor distante que podrías darme. Y tengo el maldito recuerdo de tus ojos desbordando mi memoria. Te necesito fuera de mi vida. Te necesito conmigo. Te perdí en mi pasado. Te necesito en mi presente. Estoy cansada de esta oscuridad que no acaba...

Y quiero perderme en la profundidad de tus ojos verde-miel...

25 de julio de 2007

Cosas que hacía y ya no hago

  • Saltar a la cuerda.
  • Comer caramelos o galletas a escondidas.
  • Vestirme con vestidos cortos y pantaletas combinadas.
  • Llorar ante la inminente visita al doctor.
  • Pelear con otro por un juguete.
  • Jugar con muñecas.
  • Conducir carritos a control remoto.
  • Correr detrás de otro para divertirme.
  • Tener pavor al dentista.
  • Ducharme hasta que los deditos de pies y manos se me arrugaran.
  • Prender y apagar la luz para ver si podía predecir el instante preciso en que la luz iluminaba el bombillo (siempre decía “ya” cuando la luz brillaba en todo su esplendor o en la más oscura de las sombras).
  • Comer a juro, aunque la comida no me gustara.
  • Ir a dormir, aunque quisiera estar más tiempo despierta.
  • Ver insectos fluorescentes que me perseguían sólo a mí.
  • Pintar con creyones cualquier cosa que me provocara en una hoja blanca.
  • Leer un libro sin saber leer.
  • Pensar que todo el mundo en todo el mundo vivía como mi familia y yo, sólo que se vestían distinto.
  • Ponerme unos zapatos rojos, aunque la ropa no me combinara en lo absoluto, sólo porque me gustaban mucho.
  • Jugar con miedo con las costricas que se me formaban en los raspones en las rodillas.
  • Mirar embelesada a mi papá mientras se afeitaba la cara.
  • Mirar con ojos de tesoro las pequeñas cosas que mi abuela guardaba en su lindo secreter.
  • Admirar con sorpresa la gaveta de maquillaje que tenía mi mamá.
  • Querer crecer rápido para poder saber antes cuán grande iba a ser cuando fuera grande.
  • Jugar con los zapatos de mi mamá.
  • Recostarme al lado de las cornetas para poder oir la música y sentir el cosquilleo de la membrana de la corneta en mi espalda.
  • Hacer una tienda de campaña improvisada en un cuarto.

18 de julio de 2007

Ojos de ayer

Se acostó a dormir con su cabellera roja suelta en las sábanas de algodón blanco. Había dejado en una silla su traje verde, de terciopelo corto, con cintas pardas.

En sus sueños se vió volando sobre la tierra y las nubes, sobre los ríos y los mares, sobre los valles y las colinas. Finalmente llegó a una ciudad muy curiosa, hecha de copos de algodón y, aparentemente, a la izquierda de la estrella más brillante de sus noches.

Allí vió a sus familiares, ya caídos. Se dejó llevar por caminos de blancura infinita y radiante belleza. Una calma tan grande la llenó que no quería partir. Y se rehusó aún más cuando se reencontró con su antiguo amor, el único que ella amó, al que juró perseguir a través de las nieblas del tiempo cuando, con su pañuelo bordado, le secaba el rostro sudoroso por el esfuerzo y el miedo de morir dejándola a ella, sóla, tras haber sido herido de muerte por una lanza que cruzó la oscuridad que lo rodeaba en esa guerra que antes le pareció necesaria.

Pero no podría quedarse. Así le decían los más sabios. Y en una mesa redonda decidieron sobre la vida de ella y luego sobre la de él. Cada uno por separado decidió sobre los caminos a seguir para poder aprender más cosas, practicar las lecciones ya aprendidas y descansar placenteramente. Al final, cansada, se fue a dormir y decidió que sería mejor hablar con él tan pronto ambos recobraran fuerzas.

Cuando se despertó, limpió sus ojos a la nueva luz del día y procedió a vestirse. Encontró su jean y su blusa en el sillón donde lo había dejado la noche anterior y se descubrió castaña y con un peinado corto.

Lo único que le había quedado claro era que tenía que buscar esos mismos ojos que antes, mucho tiempo antes, con ternura y tristeza la miraban al partir.

17 de julio de 2007

Ce landau, ese bebé

"Je voyais passer et repasser une jeune fille avec son bebé dans un landau. Je pensais à elle, à ce bebe, à ce landau et à l'autre qui manquait et duquel elle se cachait..." L .O.

"Veía ir y venir a una mujer joven con su bebé en un cochecito. Pensaba en ella, en ese bebé, en ese cochecito y en aquel del que ella se escondía..." L.O.

Tarde gris y fría de una primavera inusualmente veraniega en Bruselas. Estaba en la entrada de mi hotel esperando a alguien y en eso la veo venir. Atravesó como una loca toda la "Place du jeu de balle" con el cochecito en las manos y el niño adentro, dando tumbos en ese pedreguyero irregular que son los adoquines de los que están hechas todas las calles de Bruselas, Gante, Amberes, Lovaina, Brujas y la plaza de Mons.

Ella iba firmemente sujeta del cochecito, como si en ello se le fuera la vida. Iba con la cara amarrada y una chaqueta de jeans abierta que tapaba un sueter azul cielo. El niño iba arropadito, impasible e inexpresivo. Quizás habituado ya a los tumbos que daba con las piedras. Quizás acostumbrado ya a la velocidad que su madre le imprimía siempre al cochecito y que lo hacía dar tumbos por culpa de los adoquines.

Bajó por la calle frente a mi hotel luego de hablar brevemente con un hombre. La expresión del rostro me hizo pensar que algo la enojaba. Las palabras, en dialecto, no las entendí nunca porque sólo hablo holandés. Me miraba ese hombre, como si yo supiera algo de la escena. Voltée a ver hacia otra dirección y ví mi reloj.

Quince minutos después la veo subiendo la misma calle que acababa de bajar. Había doblado desde la otra esquina, por lo que no sé qué vuelta había dado pero la dió. Giró otra vez en la esquina donde estuvo hablando con el hombre que me había mirado fijo. Ahora se alejaba de mí y la ví doblar a la izquierda al final de la calle. Volví a ver mi reloj. Todavía no llegaba quien yo esperaba.

Veinte minutos después la ví llegar por la misma calle por la que la ví la primera vez. La única diferencia era que caminaba más aprisa. El hombre de la esquina salió del bar para poder hablar con ella en la esquina. Ella pasó caminando, casi gruñendo algo que le al hombre gritaba y que, al parecer, era asunto de gran urgencia porque nunca se paró a decírselo sin gritos. Todavía no llegaba mi esperable.

Diez minutos después la ví subir por la calle aquella en bajada. Venía de la acera opuesta a la de la primera vez, así que había vuelto a dar la vuelta. Esta vez sólo llegó a la esquina a hablar con el hombre de la esquina y cuando vio alguien a lo lejos, decidió devolverse por donde había venido. Presurosa, la ví casi correr y el niño iba adentro, firmemente mecido, víctima de los adoquines y la velocidad de las piernas de su madre.

No ví a ninguna persona siguiéndola. No ví a ningún hombre qu ela acompañara. Me quedé esperando a mi esperable en esa ventiscosa esquina mientras pensaba en ella, en el niño, al cochecito y en ese del que ella huía.

12 de julio de 2007

Globalización, libre mercado, capitalismo y otras cuestiones

Casio
Ama de casa
Colgate
Paveca
Nivea
Gap
Questao de estilo
H&M
Ebel
Maybelline
Kellogs
Yoplait
Unicasa
Excelsior Gamma
Corelle
Yaley
Volkswagen
Volvo
Frameca
Propal
Carrier
Mongol
Faber Castell
Philips
Samsung
Hachette
Didier
Robert
PDVSA
Brahma
Buchanans
Marlboro
Nabisco
...

Es muy dificil escarpársele a las marcas, verdad?
Así que, creo, deberíamos repensarnos los clichés políticos.

6 de julio de 2007

El pájaro y la araña.

Se llama Vicente y vive arriba, en el ático.

Su abuela vive abajo, en el sótano y su hermana arriba, en el medio.

De las telarañas que pendían de su cabeza, sacó la idea de que podía imitarlas y por las paredes caminar.

Bajó a hablar con su abuela. Se amarró una cuerda en la cintura que luego se enrolló y, como un yoyo, se dejó caer hasta el sótano.

Sobrevivió a la peripecia y le contó a su abuela. Ella le dijo que podía llegar a ser más, mucho más, que probara a soñar con más.

Así, Vicente se regresó a su cuarto y se sentó a ver por la ventana. Allí vió a los pájaros cantores.

Como ellos, pensó, podría cantar. Y entre acordes y tamborileos, se sentó a ensayar palabras y frases entonadas. Luego escribió canciones y las cantaba.

A mediodos del otoño, sintió que entendía perfectamente a los pájaros que anhelaban irse para finales de la estación. Vicente había oido conversaciones entre pájaros desde la primavera y entendía de sus planes y rutas de vuelo.

Un buen día, el pájaro más anciano nombró al que sería el lider de la bandada y emprendieron vuelo. Vicente los siguió...

...y al saltar de la ventana se acordó de que alguna vez fue araña pero nunca pájaro y sus alas desaparecieron y cayó a tierra.

Si tan sólo Vicente hubiera seguido creyéndose pájaro...

5 de julio de 2007

Frambozen




Framboos...
...kleine, rode, lekker.
...suikered, gebakken, kokken.
...nu, dan, nooit.

Frambuesa...
...pequeña, roja, sabrosa.
...azucarada, asada, cocida.
...ahora, entonces, nunca.



Delicadas, prístinas, suaves y velluditas. Frutas de terciopelo fino, de un rojo sonrosado, de pequeñas espinitas en el tallo.

La frambuesa me sabe a lluvia, a verde, a ternura, a pasado y renuncia, a pérdida y penurias, a dolor y nunca...

La frambuesa me sabe a un tiempo, un lugar, un momento y un pensar. Así que por eso, esa frutita, me hace llorar.

1 de julio de 2007

Ella, él y yo

Llegó un día corriendo a mi puerta.

Con ella entró el viento del norte y se trajó algunas hojas encima.

El viejo barbudo se sentó en mi sala mientras ella lo miraba desde el rincón

Yo, no sabía qué hacer ni a dónde ir. Así que les ofrecí a ambos un café y los invité a descansar

Ella prefirió un café acorde a su tamaño, así que busqué una taza muy pequeña: no quise servirlo en una taza promedio porque le iba a parecer una descortesía de mi parte.

El, por su parte, quiso uno acorde a su antigüedad, así que le preparé uno muy fuerte, muy grande y muy caliente porque pensé que con su antigüedad, su tamaño y su temperatura irían muy bien.

Sorbían el café cada uno a su ritmo: a cortos sorbos él, a largos sorbos ella.

Yo los miraba a ambos desde mi chimenea, allí, con mi bandeja en la mano y mi gato enrrollado a mis pies.

Entonces él decidió hablar. Ella se quedó impávida y a mí se me heló el corazón.

Cuando ella le respondió, con una voz ausente, yo me eché a llorar por lo que sentí, lo que no sentí y lo que pude haber sentido.

El volvió a hablar y ella volvió a quedarse impávida y yo volví a quedarme helada, pero ahora se me congeló el corazón con los sentimientos revueltos.

Supe entonces que debía sacarlos a ambos de mi casa, pero no he podido hacerlo y en mi sala se quedaron.

Todavía, cuando el Viento del Norte habla, a mi se me hielan en el corazón los sentimientos que Bélgica, con su voz ausente, me revuelve. Especialmente en los días en que llegan las hojas con él.