29 de mayo de 2007

Mi marciano favorito


En medio de todas las agitaciones en las que transcurre justo ahora mi vida (sin hablar nada del tema político-social que reina en mi país), me he dado cuenta de que una de las muy pocas cosas que me da calma y paz, es la compañía de "el señor que vive descaradamente conmigo".

Es que, estoy convencida, me casé con un señor que tiene la peculiaridad de agudizar la oreja justo cuando está más dormido... y al menor ruidito salta. Igualmente, es capaz de predecir la proximidad de la lluvia según se comporten los vellos de su antebrazo (cualquiera de los dos antebrazo, ¿he de considerar eso un síntoma de fecundidad?). Y, como si fuera poco, es capaz de decir que no soy fea cuando me duermo profundamente y con la boca entreabierta.

Todo eso podría meterlo cómodamente en el saco de "manías personales" o, incluso, en el de "convicciones personales" si no fuera porque me acabo de dar cuenta de que hasta me ha convencido de que nos hemos casado y hablamos de una vida juntos (incluidos los repollos) cuando, en realidad, no hemos firmado ningún documento que nos oficialice la unión que tenemos.

Definitivamente, estoy por llamar a la NASA. Me engañó un extraterrestre que me abjudo, me sedujo y me sigue vendiendo la idea de su normalidad...

28 de mayo de 2007

La miel y otros asuntos.

Este meme lo tomé del blog de Ernesto (él dice que cualquiera podía tomarlo...) A mí, como no hace falta darme excusas para ponerme a escribir, me cayó como anillo al dedo la invitación y he aquí lo que hice con la frase "No me acuerdo si alguna vez le puse miel al té

Parado en la estación, sin poder moverse para impedirle que se fuera y sin la fuerza necesaria para ocultar lo que de verdad sentía al verla, la dejó partir.


Iba ella vestida con un abrigo marrón de gamuza que, por su color marrón chocolate, la hacía lucir aún más etérea, más cristalizada, cual porcelana fina de suave rubor en sus decoloridas mejillas de blancura perfecta y tersura inimaginable pues, ciertamente, los dedos de nadie mayor de 3 días de nacimiento podían palparla y sentirla en toda su dimensión. Era ciertamente, aquella, una piel suave como ninguna que él hubiera tocado antes en su vida.


Allí, de pie frente a la estación, a pesar del enorme dolor que ella le había causado, a pesar del frío que los rodeaba, a pesar de la incómoda presencia de su padre, no pudo hacer nada mejor, no acertó a despedirse de mejor forma de ella que con un beso en los labios. Un beso en el que le tembló el corazón y la mano con la que le sostenía la barbilla a ella. Ese último beso que habría de valer por todos los que él, inconscientemente, por su ignorancia, le hubiera negado antes.


En esa incómoda despedida, quizás aún más incómoda por el hecho de que su padre lo vigilaba, se depositó en su ojo derecho una lágrima que fue seguida por otra. Al final, el ojo izquierdo también acabó por llenársele de agua y se le hizo pequeño el cuenco para contenerlas. Ella, con la ternura que él siempre quiso para sí desde la primera vez que se la conoció, le miró suavemente la cara y quiso, mas se impidió, enjugarle una pequeña muestra de su dolor, que no cesaba de rodarle mejilla abajo. Para ella, el dolor no tenía sentido allí. Ella lo había vivido hacía 3 meses atrás, cuando había empezado a considerar que, quizás, su vida juntos no era lo mejor que les hubiera pasado a ninguno. Especialmente no a ella. Hacía tres semanas decidía dejarlo sin saber muy bien cómo, según el carácter imprevisiblemente arrebatado de él, iba a ser para él la noticia de la ida, sin vuelta, de ella. Sí, esta vez era definitivo.


Detenía ella su mano en el aire e inmediatamente la metía en un bolsillo, sólo para recordar cómo hacía unos días, por puro dolor y tristeza, a él se le había transfigurado el rostro en una mueca horrible de pena y llanto irreprimibles, demasiado grandes -sin embargo- para salir por los diminutos conductos lacrimales. Los gritos en la garganta se le habían congelado porque la presión en el pecho le había robado el aire y las manos se le habían crispado para evitar ser totalmente paralizadas por el desconcierto que lo aplastaba.


Así recordaba ella, con el sufrimiento más crudo y la culpabilidad más punzante, la media hora siguiente a su anuncio de renuncia definitiva e irrevocable al contrato matrimonial. Tras la inercia inicial, él reaccionó con molestia y se quejó amargamente. Luego pareció darse cuenta del absurdo general que producía el anuncio y, sin más contemplaciones, le dijo que era una egoísta e insensible y se largó a llorar el dolor, la rabia y la sorpresa por los 4 costados de su humanidad en un llanto que tarde emergío, y que era acompañado por gritos que nunca se oyeron, mecido por temblores que lo estremecieron y gemidos que se ahogaron en el silencio de ese lamento. Un estertor en vida...


Frente a ella, hermosa como siempre, alegre y triste a la vez, con agua en su mirada, él pensaba en los pequeños momentos de gozo que habían tenido y que ya, en los últimos 6 meses, les habían escaseado tanto. Ella se volvió, frente a sus ojos, una criatura enormemente triste, infinitamente ausente. Su energía abrumadora había pasado a ser una simple sombra que estaba presente en todo lo que él hacía. Su otrora risa frecuente se había transformado en una mirada complaciente. Su amplia espontaneidad se había convertido en una estudiada discreción en la que se reprimía mucho de su ser y su sentir. El sabía que algo le pasaba pero no lograba reunir fuerzas para preguntárselo. El la veía escapársele, como arena que se resbala entre los dedos.


Sabía que, al perderla, había dejado perder el mejor momento de su vida. Ella había venido a traerle la luz que le faltara y que no consiguiera antes. Ella le había traído toda la ternura que no había conocido ni en su madre, tan poco dada a las demostraciones afectuosas. Ella había sido su sostén en los momentos más duros que había vivido hasta entonces y había sido la brisa fresca para sus momentos de cordura intensa. Ella era la única que había logrado entender que cuando él estaba molesto era mejor dejarlo hablar y asentir. Era ella la única que había logrado abarcarlo con una mano y hacerlo escuchar sus palabras con una sola mirada de sus ojos azules, cambiantes como el océano pero tan expresivos como un lucero. Era ella, y nadie más, la que podía hacerlo sentir seguro y tranquilo.


Y la había dejado a su suerte. La había perdido irremediablemente. Le había fallado, ahora lo sabía, en el momento en que más lo necesitara. Y ella lo amaba a pesar de todo, según decía, por el hecho de haber sido quien fue él en su vida. ¡Qué incomprensibles que son a veces las mujeres! Decir que lo amaba “a pesar de...” era como decirle que por su ignorancia había lapidado la única relación que él hubiera considerado realmente madura. Tanto, como para proponerle a ella matrimonio. Tanto, como para proponerle regresar con ella al Santiago del que venía. Tanto como para no concebir una vida sin un futuro.


Simplemente porque no había futuro sin Marcela para el enamorado, confundido y desgraciado Gustavo que, parado en la estación, en el andén 6, la veía partir para sentarse en el puesto que tenía asignado en ese vagón de ese tren que retornaría nuevamente, pero nunca con ella.


Inmóvil, en el andén, Gustavo la veía alejarse y se sentía demasiado dolido como para seguir soportando. Junto con su padre se fue caminando antes de que ella terminara de acomodar su maleta y ubicara su puesto en el vagón. Cuando Marcela llegó a instalarse, descubrió que su primer gran amor había desaparecido para siempre del andén y, con él, un capítulo de su vida...


Y aquí estoy, removiendo un té de manzanilla como se me remueven los recuerdos, removiendo los pétalos de las florecillas diminutas como pienso que hace el cielo con mis emociones. Pensando. Sintiendo. Sabiendo que lo único que realmente me molesta de todo esto es que no me acuerdo si alguna vez le puse miel al té.

25 de mayo de 2007

medalaganismo

Son las casi 11 de la noche. Acabo de tomar mi duchita nocturna (sí, también tomo una matutina, mi filosofía de vida se adapta rápidamente a las filosofías de la gente que vive conmigo siempre y cuando a mi filosofía le parezca sensato, correcto, higiénico, ético o prudente), justo después de arreglar la compra que hice entre las 6.45 y las 8.10 pm. Oigo una pieza de arte que compusieron e interpretan las chicas de Bond, perteneciente a su homónio disco, que se pasea voluntariosamente por todas las tendencias posibles del reino musical y me marean de vértigo con esta canción en particular que resulta no sólo vigorosa sino grandilocuente.

Con mi tazón de chocolate caliente al frente, en una especie de nuevo hábito que pienso no institucionalizar a menos que me vuelva accionaria de la chocolatera nacional, con una Paris insinuada en mis narices, destacándose en mi plano visual por encima de unos cochinos ya beneficiados que ostenta el almanaque de "el señor que vive descaradamente conmigo" (sí, el mismo del post anterior), he tomado una serena, seductora y rotunda decisión: no voy a hacer sino lo que me dé la gana.

He decidido que mañana voy a cocinar como tengo tiempo que no lo hago. Es el primer sábado que tengo perfecta, total y absolutamente a mi disposición desde que empecé a trabajar en donde trabajo ya desde hace más de un año. Pienso hacer unos tomates verdes fritos, una crema de apio, una sopa de ajoporro y papas, preparar un brócoli para darme banquete con una "pasta filetto brocoli e parmiggiano" (una de esas muestras de la simpleza italiana que siempre me deja boquiabierta) y algo fabuloso con unas berenjenas. Las recetas de lo que haga se las pasaré luego para que las anoten.

Ahora bien, el hecho de cocinar mañana no es lo más importante. Aquí lo más importante es que voy a cocinar como me dé la gana: montaré la olla y me sentaré a escribir, cocinaré y me sentaré a leer o me echaré a dormir y luego seguiré cocinando. Cocinar a mi ritmo, a mi gusto, mezclando ese acto creativo, ad-infinitum, con lo que quiera y tenga a mano para mezclarle. Mañana es un buen día para cocinar exactamente como me dé la gana.

Pero hoy es un día particularmente bueno para no hacer sino lo que me dé la gana. Y eso es lo que estoy haciendo desde que llegué a mi casa, a las 9 pm en punto, luego de hacer todo lo que tenía que hacer. No me duché al llegar sino antes de sentarme a escribir, no cené como formal y regularmente se debe hacer sino que me comí unas rodajas de tomate con queso guayanés en una emulación perfectamente imperfecta de una capressa, me preparé este tazón de chocolate caliente (la taza tiene una "orejita" de 6 cms de alto por 4 de ancho, la boca de la taza es de unos 15 cms de diámetro y el alto del contenido alcanza los 10 cm... desconozco la capacidad cúbica pero AMO con locura mi taza de chocolate, soberbiamente grande, lujosamente adimensional, como estuve buscándola por mucho tiempo!) y me senté aquí, a retomar mi diálogo interno y mi creatividad.

No voy a explicarles que hice en todo este tiempo en que no estuve por acá. Esas son cosas que tenía que hacer y que muchas me disfruté y me sigo disfrutando, pero no me da la gana hablar de ellas ahora mismo. Ciertamente, otro día de estos, me dará por ahí. Pero hoy, ciertamente hoy, sólo me provoca conectarme con mi aquí y mi ahora y narrarles, comentarles y dejarles en claro loq ue me provoca hacer en este período de "medalaganismo" de los que a veces soy víctima.

Sólo quiero aclararles que suelo ser una persona muy dada a cumplir los deberes y obligaciones que adquiero con todos y en todo. así que estos epissdios no son ni frecuentes ni prologados en mí. Pero también quiero dejar constancia de que cuando llegan son muy intensos, precisamente por su brevedad, argullo.

Así que ya será en prontas entregas que les cuente de mis últimas andanzas, del cómo me hice de esta gran taza que me contiene cálidamente en la escritura, del cómo se preparan las berenjenas o cómo prefiero comer las endivias. Es más, si se mueren de angustia, me pueden escribir al correo del blog y se las respondo antes, expresamente. Pero por hoy voy a dejar este post hasta aquí y sin más los invito a seguir paseando por la blogósfera....

...a mí me están dando ganas de irme a leer la prensa del día...

14 de mayo de 2007

Siete letras

(02/05/06)

"Te adoro"

Y se le dibujó una sonrisa en los ojos a él. Se le encogieron las mejillas y se le dibujó un arco en los labios, que musitaban con alegría el final de esas palabras...

Ella sonreía viéndolo. Su cara tenía un aire de complacencia. Su alma, un tono de duda.

"Por qué?"

Y él se quedó con la sonrisa congelada en el rostro, sintiéndose tontamente felíz, absurdamente lógico. Era claro que ella no lo entendía a él.

"Porque me siento a gusto contigo!" Y mantenía su sonrisa como escudo. Sus ojos se tornaban dubitativos de lo rotunda que pudiera sonarle la frase a ella.

Ella no le quitaba la mirada de encima, como esperando una justificación, una respuesta más larga...

"Porque sí, porque te quiero, porque nunca me había sentido así con alguien... porque a veces las cosas no tienen razón, no crees?" continuó él, en un duelo en el que blandía la espada de sus razones inexistentes frente a un crudo interrogatorio que no se esperaba.

Ella lo miraba con ojos de ternura y lógica marcial. Se estaría enamorando de, como dijera alguien, lo que era él cuando estaba con ella? O, podría ser que, al final, el enamoramiento no es más que eso, el sentirse bien con otra persona porque uno es más lindo y más completo, más sincero y más osado con ese alguien? Qué será lo que se puede llamar amor?

"Sí". Dijo finalmente ella. "Hay cosas que a veces no tienen razón." Completó. "Es sólo que a veces me pregunto cuánto es ese cariño que me tienes... si es como para quererme o para adorarme..."

Y él, desafiante dijo "es que creo que ninguno de los dos tiene un quierómetro". Y sonrió levemente, seguro de saberse triunfante...

"Es cierto..." añadió ella sonriendo levemente, viéndolo a los ojos mientras se abrazaban otra vez y se perdían entre los pliegues de la novedad y la aventura de lo que era conocido por ambos.

De repente, sin ningún gesto contradictorio a sus ojos llenos de ternura, ella dijo "Pero cada vez que dices esas 7 letras me dejas pensando, meditando..."

"Por qué?"

"Porque yo no puedo decir que te adore, no estás en mi religión. Me recuerdas un dios azteca, no un dios griego... referente más cercano para mi cultura. No puedo adorarte, no eres un dios que yo reconozca como tal..."

El, divertido, sonreía y la veía de cerca.

"No sé qué pienses de mis análisis locos", reía ella.

"Nada, me gustan!" Dijo él y rió divertido. "Te quiero..."

Ella simplemente sonrió.

Esa era una frase que ella podía manejar mejor: una frase sin ataduras temporales, replanteamientos serios de sus bases filosóficas o sus creencias religiosas, sin coacciones que la hicieran huir de sus miedos ni la empujaran a abrazar nuevamente sus patrones erróneos...

Una frase que valía, quizás, para recordarse que el ayer pasó y el mañana no es seguro y sólo existe el hoy. Una frase sin euforias espirituales que se desvanezcan en tiempos de bonanzas y que se revelen en tiempos de dificultades. Sin cirios ni ofrendas, sin liturgias ni rituales. Un canto perfectamente mejorable y perfectamente inconcluso. Un canto que los dos habrían de renovarse cada día, por el tiempo que tuvieran que estar juntos, sin pensar ni en el pasado ni en el futuro.

10 de mayo de 2007

Venganzaaaaa!!!

El asunto de no tener tiempo para escribir me ha dejado sin muchas opciones: escribir cuando pueda, todo lo que pueda, sin límite de posteadas ni de tecleada por minuto.

Aquí es donde les recomiendo que tomen silla y se acomoden: lo de escribir, hoy, acaba de comenzar. Y para empeorar las cosas, tengo buena música, rica comida y absoluta calma...

9 de mayo de 2007

Elefantes verdes-gris

"Para mí, esa desemejanza era un atractivo más, ya que es sabido que las parejas que son (valga la redundancia) demasiado parejas, se aburren como ostras."

El porvenir de mi pasado. Mario Benedetti.

"Marchant dans la brume
Le cœur démoli par une
Sur le chemin des dunes
La plage de Malo Bray-Dunes
La mer du Nord en hiver
Sortait ses éléphants gris vert"

Le baiser. Alain Souchon.

Todavía no sé de dónde viene todo esto que siento mientras camino, pero sé que lo siento hondo, muy hondo.. .y sé que me lamento de sentirlo. Es que así, vestida como estoy, con un abrigo acolchado encima de unos pantalones de pana y un sueter de lana que viene a ajustarse encima de una camisa de algodón, rematada por unos guantes, bufanda y gorro, siento frío. Pero no es el frío exterior. Ese me gusta, me golpea fuerte en la cara mientras los elefantes verdes-gris del invierno belga se aproximan a mí, en esta vasta playa. Es ese frío otra vez. Ese que me hace sentirme absolutamente desprotegida, perdida, diminuta, insignificante, vacía...

Las dunas a mi derecha, el Mar del Norte a mi izquierda. Un perro corriendo y jugando en la heladísima agua de la playa. Yo jugando a recoger conchitas, de esos moluscos bivalbos raros que parecen tubos cortos y que les abundan a esta gente por acá. El anillo se me sale y con prontitud trato de recuperarlo. ¿Te imaginas si lo pierdes? ¿Acaso te reprimiría? ¿Se entristecería? ¿Diría que le das muy poco valor? Diría que es típico de tí y que lo has perdido a drede? Ya te ha echado en cara que él no se lo quita nunca, ni para hacer oficios domésticos, mientras tú te lo quitas no sólo para fregar y lavar ropa, sino porque te estorba...

Gris, verde-gris los elefantes que caminan en el cielo que nos cubre. Yo no sé de qué color está mi alma, pero no es bonito. Prefiero evadirme, no pensar en el problema del que venimos hablando él y yo. Lloro, sé que estoy llorando, me veo llorar todavía. Otra vez. Aún más. Hace rato también pero ahora más. Nunca antes como hoy, como ahora. El no dice mucho, me da la razón. Pero sé que no termina de asimilarlo para sí. Le vuelvo a explicar, me sigue exponiendo e imponiendo su punto de vista. Somos tan distintos que me frustro y decido dejar de hablar, de decir, de explicar. El creerá que tiene razón, que es todo lo que le importa porque a él le gusta ganar en todo, siempre, en cualquier cosa. Hasta en el simple divertimento que representa una partida de dominó jugada por novatos.

El aire tiene enredados pedazos de la niebla que se estanca más al norte. Mi corazón está rodeado por otro tipo de bruma. Y yo, para no llorar más, me rodeo del aire frío que me golpea la cara. En momentos así, el frío me devuelve a la vida, me hace sentir de nuevo mis dedos, mi rostro, mis orejas, mi piel... me dice que algo más está pasando allí afuera. Entonces salgo de mi caos interior y me entrego a sentir el frío. De normal me molesta y prefiero la calefacción. Pero cuando estoy muy triste o me siento muy perdida, salgo a coger aire frío, a caminar, a pasear. Y a veces, si no es suficientemente frío, me abro el abrigo para que el aire entre y me obligue a pensar en los temblores de la barriga y las piernas por el frío y no en mi bruma gris-blanca.

Me vuelve a hablar y me irrita. Quiero ir a oir los pájaros en la duna, el viento en la duna, las gramitas y la arena que hacen la duna. Para mí es como un vientre cálido en la vastísima costa fría. Es como la madre, como el calor de la madre. Y si no fuera por los turistas que por ahí se pasean, me sentaría por un buen rato en las dunas a escuchar a los pajaros cantar en sus nidos de verano, totalmente vacíos en este invierno gris, mientras abrazo mis piernas y me enrrollo sobre mi vientre. Vuelve a recordarme que estamos en la playa y le digo para ir a pasear por las dunas pero se rehusa. Alega que ya es tarde. Pero nunca es tarde para ir a visitar a sus amigos, para ir a cenar con ellos y tomar unos tragos que se diluyen con su dialecto cercano. Para él nunca es tarde. Siento como que yo le molestara. Mis amigos le interrumpen sus tardes de descanso el sábado y el domingo luego de montar en bicicleta con amigos toda la mañana, tras prometerme que saldríamos en la tarde con mis amigos.

El otro día me hizo rabiar. Y mucho. Hasta yo me sorprendí. Fue la primera vez que protesté con lágrimas de tristeza, de impotencia y de rabia, todo junto. Llegué a odiarlo por decirme que iríamos donde mis amigos y luego se declaró inapetente de cumplir con sus promesas, alegando que mis amigos vivían muy lejos. Le imprequé su negligencia y su indiferencia, le dije que para la próxima no le diría qué había, ni en casa de quién. Que simplemente haría una modesta maleta con una muda de ropa, mi cepillo de dientes y mi desodorante y me iría a la lejana casa del amigo en cuestión y me quedaría hasta el día siguiente, como ellos me habían propuesto hacer. A mí no me importaban los morochos de unos ni la beba de los otros ni el retoñito de aquellos otros... todos eran amables, generosos y amigos. Y él era un egoista. Al final, tras gritarme y perseguirme a gritos por la casa, tras llevarme por el brazo hacia el cuarto, me forzó a vestirme porque para él era punto de honor que yo estuviera no sólo molesta con él sino congraciada porque al final me complacía... "para que no digas nada de mí, que yo soy el malo y el monstruo", y me haló escaleras arriba. Me hizo rabiar más...

Ese recuerdo pasó como un destello de luz por mi mente. No insistí sobre ir a las dunas. Prefería recordarlas así como eran, pequeñas, protectoras, maternales. Si él me llevaba por mi insitencia, quedarían como yo, huecas, vacías de emoción, sin energía. Las prefería puras, limpias, ajenas a todo mi dolor... un sitio para poder ir si quería, si podía, otro día...

Se me anudó la garganta pero no lloré. No era por ganas de llorar el nudo ese, sino porque yo no dejaba salir mis palabras. Entonces ellas se agolpaban en la garganta, el último reservorio antes del sonido... y allí las forzaba a dormir. Me molestaba parecerme a él: despertaba a mis palabras, las llenaba de ilusiones y luego, arguyendo que no era ni prudente ni útil, las forzaba a dormir en mi garganta, someiténdolas a mi capricho. Pero yo no tenía energías ni para vencer mi lógica y dejar fluir mis palabras ni para discutir con él.

Nos fuimos mientras sobre nosotros se precipitaban elefantes verdes-grises que amenazaban con llover...

Vagabundear...

Así ando, un poco vagabunda.

Vagabunda y vagamunda. El mundo se me amplía y se me ensancha, se me ensortija y me atrapa y sigo sin saber qué pasa.

A ratos voy, a ratos vuelvo. Sigo siendo yo, después de aquella...

Y me reencuentro a pedazos las partes perdidas de mi persona. Me enternecen cosas para las que hace un año ya yo estaba marchita y reseca. Mustia.

Escribo sin música de la misma forma en que escribo sin tinta. Y sin embargo, todo queda grabado, guardado, memorizado...

Vagabunda. Hoy soy la que soy y si no me quieren, no me reciban. Hoy yo me basto a mi misma y estoy muy a gusto con mi piel, mi olor, mis cabellos, mis colores y mi vida.

Así que estoy lista para la aventura, con el bolso en la espalda y los ojos bien abiertos...