9 de mayo de 2007

Elefantes verdes-gris

"Para mí, esa desemejanza era un atractivo más, ya que es sabido que las parejas que son (valga la redundancia) demasiado parejas, se aburren como ostras."

El porvenir de mi pasado. Mario Benedetti.

"Marchant dans la brume
Le cœur démoli par une
Sur le chemin des dunes
La plage de Malo Bray-Dunes
La mer du Nord en hiver
Sortait ses éléphants gris vert"

Le baiser. Alain Souchon.

Todavía no sé de dónde viene todo esto que siento mientras camino, pero sé que lo siento hondo, muy hondo.. .y sé que me lamento de sentirlo. Es que así, vestida como estoy, con un abrigo acolchado encima de unos pantalones de pana y un sueter de lana que viene a ajustarse encima de una camisa de algodón, rematada por unos guantes, bufanda y gorro, siento frío. Pero no es el frío exterior. Ese me gusta, me golpea fuerte en la cara mientras los elefantes verdes-gris del invierno belga se aproximan a mí, en esta vasta playa. Es ese frío otra vez. Ese que me hace sentirme absolutamente desprotegida, perdida, diminuta, insignificante, vacía...

Las dunas a mi derecha, el Mar del Norte a mi izquierda. Un perro corriendo y jugando en la heladísima agua de la playa. Yo jugando a recoger conchitas, de esos moluscos bivalbos raros que parecen tubos cortos y que les abundan a esta gente por acá. El anillo se me sale y con prontitud trato de recuperarlo. ¿Te imaginas si lo pierdes? ¿Acaso te reprimiría? ¿Se entristecería? ¿Diría que le das muy poco valor? Diría que es típico de tí y que lo has perdido a drede? Ya te ha echado en cara que él no se lo quita nunca, ni para hacer oficios domésticos, mientras tú te lo quitas no sólo para fregar y lavar ropa, sino porque te estorba...

Gris, verde-gris los elefantes que caminan en el cielo que nos cubre. Yo no sé de qué color está mi alma, pero no es bonito. Prefiero evadirme, no pensar en el problema del que venimos hablando él y yo. Lloro, sé que estoy llorando, me veo llorar todavía. Otra vez. Aún más. Hace rato también pero ahora más. Nunca antes como hoy, como ahora. El no dice mucho, me da la razón. Pero sé que no termina de asimilarlo para sí. Le vuelvo a explicar, me sigue exponiendo e imponiendo su punto de vista. Somos tan distintos que me frustro y decido dejar de hablar, de decir, de explicar. El creerá que tiene razón, que es todo lo que le importa porque a él le gusta ganar en todo, siempre, en cualquier cosa. Hasta en el simple divertimento que representa una partida de dominó jugada por novatos.

El aire tiene enredados pedazos de la niebla que se estanca más al norte. Mi corazón está rodeado por otro tipo de bruma. Y yo, para no llorar más, me rodeo del aire frío que me golpea la cara. En momentos así, el frío me devuelve a la vida, me hace sentir de nuevo mis dedos, mi rostro, mis orejas, mi piel... me dice que algo más está pasando allí afuera. Entonces salgo de mi caos interior y me entrego a sentir el frío. De normal me molesta y prefiero la calefacción. Pero cuando estoy muy triste o me siento muy perdida, salgo a coger aire frío, a caminar, a pasear. Y a veces, si no es suficientemente frío, me abro el abrigo para que el aire entre y me obligue a pensar en los temblores de la barriga y las piernas por el frío y no en mi bruma gris-blanca.

Me vuelve a hablar y me irrita. Quiero ir a oir los pájaros en la duna, el viento en la duna, las gramitas y la arena que hacen la duna. Para mí es como un vientre cálido en la vastísima costa fría. Es como la madre, como el calor de la madre. Y si no fuera por los turistas que por ahí se pasean, me sentaría por un buen rato en las dunas a escuchar a los pajaros cantar en sus nidos de verano, totalmente vacíos en este invierno gris, mientras abrazo mis piernas y me enrrollo sobre mi vientre. Vuelve a recordarme que estamos en la playa y le digo para ir a pasear por las dunas pero se rehusa. Alega que ya es tarde. Pero nunca es tarde para ir a visitar a sus amigos, para ir a cenar con ellos y tomar unos tragos que se diluyen con su dialecto cercano. Para él nunca es tarde. Siento como que yo le molestara. Mis amigos le interrumpen sus tardes de descanso el sábado y el domingo luego de montar en bicicleta con amigos toda la mañana, tras prometerme que saldríamos en la tarde con mis amigos.

El otro día me hizo rabiar. Y mucho. Hasta yo me sorprendí. Fue la primera vez que protesté con lágrimas de tristeza, de impotencia y de rabia, todo junto. Llegué a odiarlo por decirme que iríamos donde mis amigos y luego se declaró inapetente de cumplir con sus promesas, alegando que mis amigos vivían muy lejos. Le imprequé su negligencia y su indiferencia, le dije que para la próxima no le diría qué había, ni en casa de quién. Que simplemente haría una modesta maleta con una muda de ropa, mi cepillo de dientes y mi desodorante y me iría a la lejana casa del amigo en cuestión y me quedaría hasta el día siguiente, como ellos me habían propuesto hacer. A mí no me importaban los morochos de unos ni la beba de los otros ni el retoñito de aquellos otros... todos eran amables, generosos y amigos. Y él era un egoista. Al final, tras gritarme y perseguirme a gritos por la casa, tras llevarme por el brazo hacia el cuarto, me forzó a vestirme porque para él era punto de honor que yo estuviera no sólo molesta con él sino congraciada porque al final me complacía... "para que no digas nada de mí, que yo soy el malo y el monstruo", y me haló escaleras arriba. Me hizo rabiar más...

Ese recuerdo pasó como un destello de luz por mi mente. No insistí sobre ir a las dunas. Prefería recordarlas así como eran, pequeñas, protectoras, maternales. Si él me llevaba por mi insitencia, quedarían como yo, huecas, vacías de emoción, sin energía. Las prefería puras, limpias, ajenas a todo mi dolor... un sitio para poder ir si quería, si podía, otro día...

Se me anudó la garganta pero no lloré. No era por ganas de llorar el nudo ese, sino porque yo no dejaba salir mis palabras. Entonces ellas se agolpaban en la garganta, el último reservorio antes del sonido... y allí las forzaba a dormir. Me molestaba parecerme a él: despertaba a mis palabras, las llenaba de ilusiones y luego, arguyendo que no era ni prudente ni útil, las forzaba a dormir en mi garganta, someiténdolas a mi capricho. Pero yo no tenía energías ni para vencer mi lógica y dejar fluir mis palabras ni para discutir con él.

Nos fuimos mientras sobre nosotros se precipitaban elefantes verdes-grises que amenazaban con llover...

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Todavía estás en Bélgica?