14 de mayo de 2007

Siete letras

(02/05/06)

"Te adoro"

Y se le dibujó una sonrisa en los ojos a él. Se le encogieron las mejillas y se le dibujó un arco en los labios, que musitaban con alegría el final de esas palabras...

Ella sonreía viéndolo. Su cara tenía un aire de complacencia. Su alma, un tono de duda.

"Por qué?"

Y él se quedó con la sonrisa congelada en el rostro, sintiéndose tontamente felíz, absurdamente lógico. Era claro que ella no lo entendía a él.

"Porque me siento a gusto contigo!" Y mantenía su sonrisa como escudo. Sus ojos se tornaban dubitativos de lo rotunda que pudiera sonarle la frase a ella.

Ella no le quitaba la mirada de encima, como esperando una justificación, una respuesta más larga...

"Porque sí, porque te quiero, porque nunca me había sentido así con alguien... porque a veces las cosas no tienen razón, no crees?" continuó él, en un duelo en el que blandía la espada de sus razones inexistentes frente a un crudo interrogatorio que no se esperaba.

Ella lo miraba con ojos de ternura y lógica marcial. Se estaría enamorando de, como dijera alguien, lo que era él cuando estaba con ella? O, podría ser que, al final, el enamoramiento no es más que eso, el sentirse bien con otra persona porque uno es más lindo y más completo, más sincero y más osado con ese alguien? Qué será lo que se puede llamar amor?

"Sí". Dijo finalmente ella. "Hay cosas que a veces no tienen razón." Completó. "Es sólo que a veces me pregunto cuánto es ese cariño que me tienes... si es como para quererme o para adorarme..."

Y él, desafiante dijo "es que creo que ninguno de los dos tiene un quierómetro". Y sonrió levemente, seguro de saberse triunfante...

"Es cierto..." añadió ella sonriendo levemente, viéndolo a los ojos mientras se abrazaban otra vez y se perdían entre los pliegues de la novedad y la aventura de lo que era conocido por ambos.

De repente, sin ningún gesto contradictorio a sus ojos llenos de ternura, ella dijo "Pero cada vez que dices esas 7 letras me dejas pensando, meditando..."

"Por qué?"

"Porque yo no puedo decir que te adore, no estás en mi religión. Me recuerdas un dios azteca, no un dios griego... referente más cercano para mi cultura. No puedo adorarte, no eres un dios que yo reconozca como tal..."

El, divertido, sonreía y la veía de cerca.

"No sé qué pienses de mis análisis locos", reía ella.

"Nada, me gustan!" Dijo él y rió divertido. "Te quiero..."

Ella simplemente sonrió.

Esa era una frase que ella podía manejar mejor: una frase sin ataduras temporales, replanteamientos serios de sus bases filosóficas o sus creencias religiosas, sin coacciones que la hicieran huir de sus miedos ni la empujaran a abrazar nuevamente sus patrones erróneos...

Una frase que valía, quizás, para recordarse que el ayer pasó y el mañana no es seguro y sólo existe el hoy. Una frase sin euforias espirituales que se desvanezcan en tiempos de bonanzas y que se revelen en tiempos de dificultades. Sin cirios ni ofrendas, sin liturgias ni rituales. Un canto perfectamente mejorable y perfectamente inconcluso. Un canto que los dos habrían de renovarse cada día, por el tiempo que tuvieran que estar juntos, sin pensar ni en el pasado ni en el futuro.

1 comentario:

3rn3st0 dijo...

Hola mi querida Mafalda. Hoy no voy a excusarme por mi ausencia - sería un grosero si lo hiciera -, hoy vengo a saludarte alegremente y a disfrutar de tus letras.

El texto me ha encantado no por la historia como tal - que no desdice, por cierto -, me ha encantado por ese retrato tan palpable que das de ustedes las mujeres. ¿Qué importa una palabra o su significado? ¿Qué más da si eres diosa o sólo motivo de querencia?

Las venas de ese caballero deben estar inflamadas de pasión, de emoción, de sensaciones que no pueden las palabras describir.

Cómo complicar algo tan sencillo, no definitivamente son ustedes seres extraordinarios.

Saludos encantados desde Maturín (si, desde Maturín) ;-)