8 de junio de 2007

Uno aprende

Hace hoy justo un mes, recibí de manos de una amiga que la vida me regaló en una época en la que nos separaba el Océano Atlántico, casi la totalidad de Suramérica (ella vivía en Chile) y un buen trozo del continente europeo (yo vivía en Bélgica), un correo emotivo. La carta dice así:

"El siguiente texto lo escribí el 1 de abril de 2003, 4 meses después de haberme mudado a Chile. Cada una de ustedes lo está recibiendo por una razón distinta que, estoy segura, cada una entiende.

Una de las sensaciones más incómodas es esto de que las calles estén vacías de recuerdos, ni siquiera se parecen a algo conocido. No se tiene ningún pasado en ellas, no tienen historia, no tienen nada. Todo hay que construirlo. En las calles uno trata de ajustar las caras a rostros conocidos. Uno sabe que es imposible, y sin embargo, de pronto uno piensa que ve a Maribel Camacho o a Luis o a quien sea, en el intento desesperado de conocer alguna cosa, alguna persona en este país.

Los sabores son todos distintos. Tal vez es porque no sé cocinar y no conozco los secretos culinarios de mi familia. La única cosa que me ha sabido más o menos a casa son unos espaguetis con ketchup y queso parmesano. Pero nada, ni el pan, ni la carne, ni las ensaladas... nada, me sabe a casa. Ningún sabor me es familiar.

(...)

(...)

(...)

Con el tiempo, la vida se va llenando de dolores. Yo antes me quejaba porque decía que no tendría nada que contarle a mis nietos. Ahora me avergüenzo de tantas de las cosas que he hecho, que pienso que era mejor antes, cuando no tenía nada que contar."

La carta, como ven, iba dirigida a otras personas también. A mí, ella lo sabía, me iba a tocar muy hondo estos pedazos que seleccioné. Los otros 4 párrafos que la componen, para mí, no tenían referente. Las otras 6 mujeres que recibieron este correo tendrán su sentido personal y propio de estas líneas que dicen tanto de cada una, aunque lo haya escrito otra. Es ese mal hábito que tenemos los bichos que amamos la lectura de sentirnos reflejados en las letras, las frases, las palabras de otros, lo que nos conecta con tanto escrito y escritor. También puede ser que a mí me conecte con ella ese mal hábito que tienen las almas que se hablan entre sí y se entienden perfectamente aunque sólo se vean y no se hablen... espero que me entiendan.

El tema de ella es la nostalgia. Una nostalgia feroz que es capaz de convertirse en la sombra d euno, de dejar huellas profundas en la manera de ser y de actuar de uno. Luego de vivirla así, de sentir la nostalgia tan de cerca, de abrazarla tan hondo, a mí se me quedaron pequeñas fobias y ansiedades instaladas en el sótano de la mente, en el inconsciente que llaman los psicólogos y psiquiatras... .y he tenido que luchar contra mí misma, mi feróz sentido de supervivencia y protección y mis miedos para poder deslastrarme, lo ma´s qu ehe podido, de ella.

Se vive de la nostalgia, en la nostalgia y por la nostalgia, uno no sólo no encuentra sabor que se iguale con el de la comida que se comía en su tierra: uno busca entender por qué las cosas no saben como a uno le sabían. Yo me lo explicaba por la presión atmosférica, por la sucesiónd e estaciones y los plaguicidas. Pero llegué a comer cosas crudas para saber si sabían como me olían las cosas en mi tierra... nada sabía igual. No sé cómo diablos pasa, pero es así. Terminé resignandome, fue una de las primeras cosas que me dije a mí misma "más te vale que te olvides de esta estupidez y sigas adelante porque tú sabías que nada sería igual acá que allá". Pero cada comida, 5 veces al día (hábitos personales) me recordaban que yo no estaba en mi casa.

De esa nostalgia nunca escribí. Luz sí. Tengo un mes con ese correo en mis manos tratando de enfrentarme a mí misma en un soliloquio de nunca acabar. Ella me acaba de enfrentar con una de las estupideces que resultan más importantes para una vida plena: los sabores de la comida y el cómo la comida se vincula con el sentido de pertenencia que tenemos de un lugar. Feroz, Lucecita, simplemente feroz.

Es que, cuando uno deja su país, deja su ciudad, deja su pueblo o su villorrio, es inevitable, si uno lo dejó sin la convicción de que después de ese sitio nada podía ser peor, uno lo extrañara en sus formas, sus recovecos, sus rutinas, sus calmas y sus más odiosos hábitos. Uno extrañará hasta a la gente que no extraña (como decía Luz en otro párrafo de su carta que me pareció muy personal como para reproducirlo acá) y se vuelve la sombre de sí mismo. Uno se alarga, se disminuye, como las sombras en los ocasos en las calles empinadas... Uno pierde su sentido y su referencia en el mundo y se siente el defensor único de una raza extinta, de un pueblo muerto, de una manera de ver la vida. Nada es neutro, nada es indiferente. todo toma un matiz perverso de mala intención: la de recordarte a cada paso del camino (justo cuando tu dices que estás avanzando bastante bien, que te has adaptado bien, que te pega menos la nostalgia cada vez), que no eres del lugar. Se vive en la oscuridad del miedo a salir de la casa, de los peroles que uno conoce, del entorno en el que se mueve a sus anchas, porque sabe que todo afuera te recordará loq ue ya no tienes...

Y, como fuera poco, uno se llena de culpas, se atribuye culpas inexistentes!! Por eso Luz declara en su carta que le avergonzará decirle a los nietos tanto dolor vivido. Eso, ella y yo lo sabemos, es algo qu econ la edad desaparecerá, que no tiene referente concreto, que no tiene razón de ser y el tiempo es el ser qu enos devuelve la razón. Pero nadie que no haya vivido eso, puede imaginarse someramente el dolor punzante que se acumula en el corazón y que termina por lapidar el alma diciéndole "por tu estupidez y tu necia idea de venirnos para acá es que estoy así". Uno se autoculpa por todo, se siente responsable de todo, y por esa mala gestión de emociones y argumentos se sabe poca cosa. Acaba uno por evadirse a sí mismo y evita hablarse porque, de inmediato, sale el amargo corazón a reprocharle, al alma y la razón, uno tras otro todos los dolores que soporta cada día, a cada hora, en cada sitio. Y uno concluye que se estaba mejor antes, como un capullo de rosa dormido, ingenuo y sin nada que contar. Siente que el dolor se acumula, como bien decía Luz en su carta.

Hoy, en perspectiva, cada una en un sitio que puede llamar "casa", con sólo un continente de separación (estamos de punta a punta en suramérica), podemos hablar tranquilamente de estos pasajes en los que sentimos que no somos nosotras. Son pasajes de nuestras vidas en los que nos habíamos, jamás mejor dicho, alienado, enajenado de nosotras mismas. Recuerdos que quedan como piedras que marcan un punto importante de nuestro camino. Nada de lo que debamos avergonzarnos, ni que constituirán una vergüenza para nosotras después, pero son duros referentes a los que volvemos la mirada a cada tanto, tratando de evitar los pasos que nos llevaron a ellos...

... es una lucha consciente, personal, con o sin terapeuta, que no terminará jamás porque cada día uno aprende.

2 comentarios:

pal dijo...

y pasan 18 años y todo lo que está a tu alrededor es tu vida... sin más... una siempre se está llendo y llegando... la única diferencia, para mi, es que a veces das saltos y a veces pasos.

Anónimo dijo...

Y, te cuento, Pal? Aunque te devuelvas a tu tierra (que fue mi caso), la marca que dejan esos llegar-partir son tan grandes que luego te das cuenta que has aprendido a relativizar las posesiones de una forma tal que los demás no te entienden y bien se te dañan pronto las cosas porque las usas hasta que las abusas o las cuidas con un celo enorme porque te parece que serán lo último "estable" que tendrás. Y los afectos también son relativizables y NADIE te entiende...

Yo no estuve sino un año y 3 meses afuera. Pero, creo esos 15 meses me valieron para entender tus 18 años. Ojala tu vida haya sido más benigna en el sur de Alemania de lo que fue la mía en el norte de Bélgica. Ojalá, así lo espero de veras, te halles a tí misma y te "conectes" con tu razón de ser. Que ya, luego de eso, uno vuelve a relativizar todo y, créeme, podrías vivir en el círculo polar, que si eres tú, ya te importa poco el contexto.

Te lo digo que acabo de empezar a relativizar todo otra vez...

Un abrazo!